Crónica 2: La competencia en la pareja

Por Crónicas Madre Imperfecta

No es una competición, pero parece que siempre estoy perdiendo.

Esa frase me golpeó una madrugada mientras intentaba calmar a mi hijo por tercera vez y veía a mi pareja dormir plácidamente. El cansancio distorsiona todo, y sin querer, comienza ese “contador silencioso”.

No lo haces a propósito, pero cada pequeño detalle cuenta: cuántas veces te levantas, cuántos pañales cambias, cuántas horas pasas al lado del bebé mientras él parece descansar más tiempo. Y aunque no lo dices en voz alta, el resentimiento empieza a crecer, silencioso pero constante.

La maternidad es un terreno desconocido donde, desde el primer día, sientes que llevas la delantera por una razón muy simple: tú estuviste nueve meses conectada físicamente a tu hijo.

La sociedad refuerza esta percepción; siempre nos dicen que las madres saben más, que tienen un instinto natural para esto, que los padres son “ayudantes” y no compañeros de pleno derecho.

Sin querer, terminas creyendo que tu manera de hacer las cosas es la correcta. Pero al hacerlo, te condenas a ti misma a cargar con un peso que no tendrías por qué llevar sola.

Y entonces empieza el tira y afloja.

Al principio, lo haces medio en broma: “Cariño, creo que te toca cambiar el pañal esta vez, ¿no?” y él te responde algo tipo: “¿Cómo? Pero si lo hice hace nada…” Aunque en realidad, sabes que han pasado horas. Esas horas en las que tú has estado pendiente del niño y la otra parte, pues… descansando.

Puede parecer un detalle menor, pero no lo es. Porque esa sensación de “yo hago más” va apareciendo poco a poco, especialmente en las noches más largas, en los días más duros.

Si estás dando lactancia materna exclusiva, la situación se pone más peliaguda.

Mientras estás a las 3 de la mañana alimentando a tu bebé, miras de reojo y ahí está tu pareja: roncando, ajeno a todo. Y aunque entiendes que él también está cansado, no puedes evitar sentir que es injusto.

Una parte de ti quiere gritar, pero otra parte sabe que, al final, ambos están haciendo lo que pueden con lo que tienen. Sin embargo, esa contradicción entre entender y sentir puede ser agotadora.

Con el tiempo, me di cuenta de que esta mentalidad no solo me agotaba, sino que también limitaba su capacidad para ejercer como padre. Él quería estar ahí, compartir las responsabilidades y ser parte de cada decisión, pero a veces le quitaba ese espacio porque pensaba que solo yo sabía lo que era mejor para nuestro hijo.
 
No fue fácil, pero tras varias conversaciones, logramos encontrar un equilibrio. Aceptamos que ambos estamos aprendiendo y que no siempre tengo que ser yo quien tome la delantera en los cuidados. Ahora compartimos la carga mental de una forma mucho más equitativa, y he aprendido a confiar más en su capacidad para ser corresponsable en la crianza de nuestro hijo. No se trata de competir, ni de quién lo hace mejor. Se trata de estar ahí juntos, apoyándonos mutuamente. 

La clave de todo está en hablar.

En poner sobre la mesa todo aquello que te duele, lo que sientes y lo que te frustra. A veces, en medio de la tormenta que es la maternidad, es difícil recordar que no estás sola en esto. Que tienes un compañero que, aunque a veces parezca estar en “el otro equipo”, en realidad está navegando el mismo barco que tú.

La corresponsabilidad no es solo un reparto de tareas; es un compromiso emocional, una disposición a estar presente, a entender que ambos están aprendiendo.
 
Porque al final, no se trata de ganar o perder. Se trata de cuidarse mutuamente en una alianza donde ambos ganan.